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Un libro al día

La confesión de Marta Sanz

Marta Sanz apuesta fuerte… y gana. Desde que se diera a cono­cer en 1995 con la novela El frío (Debate), reedi­tada hace un par de años en Caba­llo de Troya, ha seguido una tra­yec­to­ria rubri­cada por la bri­llan­tez y la cohe­ren­cia, y des­ple­gada en la narra­tiva, el ensayo y la poe­sía, sin olvi­dar sus cola­bo­ra­cio­nes en varios medios. Des­pués de nove­las como Susana y los vie­jos (Des­tino) –fina­lista del Pre­mio Nadal–, Black, black, black (Anagrama) y Un buen detec­tive no se casa jamás (Anagrama) –en las que incur­siona en el género poli­cíaco y crea al ori­gi­nal detec­tive Arturo Zarco–, Daniela Astor y la caja negra (Anagrama) –galar­do­nada recien­te­mente con los pre­mios Tigre Juan y Cálamo–, poe­ma­rios como Perra men­ti­rosa / Hard­core y Vin­tage –ambos enBartleby–, o Meta­lin­güís­ti­cos y sen­ti­men­ta­les: anto­lo­gía de la poe­sía espa­ñola (1966–2000). 50 poe­tas hacia el nuevo siglo (Biblio­teca Nueva) –que incluye un impres­cin­di­ble y docu­men­tado estu­dio intro­duc­to­rio sobre el asunto–, en 2014 Marta Sanz incre­menta su pro­duc­ción, dando a la imprenta para­le­la­mente el ensayo No tan incen­dia­rio (Perí­fe­rica) –lúcido exa­men de insos­la­ya­bles cues­tio­nes lite­ra­rias y cul­tu­ra­les que es pre­ciso deba­tir en estos pro­ble­má­ti­cos momen­tos–, y las nove­las Amour fou (La Pereza Edi­cio­nes) –esti­mu­lante visión de las rela­cio­nes amo­ro­sas– y La lec­ción de anato­mía (Anagrama).

NH530_GMarta Sanz (Madrid, 1967) publicó en 2008, en RBA, una pri­mera ver­sión de La lec­ción de anato­mía que tuvo buena aco­gida. Ahora apa­rece una segunda, que es mucho más que una mera reedi­ción y que Sanz con­si­dera defi­ni­tiva. La escri­tora madri­leña revisa, rees­truc­tura y amplía con dos nue­vos capí­tu­los esta novela, que se enri­quece con un suge­rente pró­logo de Rafael Chir­bes. Al igual que en el céle­bre e impac­tante cua­dro de Rem­brandt, La lec­ción de anato­mía del doc­tor Nico­laes Tulp, Marta Sanz aplica aquí un fino escal­pelo para pre­sen­tar­nos un relato de carác­ter auto­bio­grá­fico, donde la autora maneja el género con espe­cial maes­tría. Por­que a par­tir de sus pro­pias viven­cias cons­truye un per­so­naje, Marta Sanz, que nos habla en pri­mera per­sona y nos con­fiesa ínti­mos secre­tos. Con­fi­gura así un auto­rre­trato, incluso físico, muy deta­llado, un aná­li­sis de sí misma y de muchas de las per­so­nas que han desem­pe­ñado un papel esen­cial en su exis­ten­cia –su madre, a quien dedica la novela, su abuela Jua­nita, su tía Mari­bel…– repleto de valen­tía, y en muchos casos tami­zado por un sen­tido del humor y una salu­da­ble iro­nía que con­tri­bu­yen a una grata lec­tura. Impa­ga­ble, por ejem­plo en este último aspecto, su des­crip­ción de sus pri­me­ros pasos como pro­fe­sora de espa­ñol para extran­je­ros con su alumno, en cla­ses one to one, Mr. Jonat­han Cohen, un corre­dor de Bolsa británico.

La obra, tras un breve pero sig­ni­fi­ca­tivo capí­tulo titu­lado “Apren­der a leer el reloj”, se divide en tres par­tes. En la pri­mera, “Vallar el jar­dín”, reme­mora su infan­cia, la de esa pequeña Marta que desde niña, nos dice, toma con­cien­cia de sus debe­res y de sus dere­chos, y va al cole­gio, donde sufre a pro­fe­so­ras como doña Car­men, que, no obs­tante, apunta, “me ayudó a bajar del guindo y me robó la inge­nui­dad”, y a los cines de verano con su tía Mari­bel. La segunda, “Los gusa­nos de seda”, aborda su etapa ado­les­cente, en la que en octavo de EGB des­cu­bre que tiene enamo­ra­dos en la som­bra, y que los chi­cos le han puesto tres motes, aun­que nin­guno le parece humi­llante: caba­llo per­che­rón –“por­que les da envi­dia la velo­ci­dad de mi carrera”–, plato de len­te­jas –“por­que un anti­faz de pecas sigue cubrién­dome la cara”–, y Demelza, el que más le gusta, la menuda y pecosa mujer de Pol­dark, pro­ta­go­nista de una serie tele­vi­siva –“cada vez que me lla­man Demelza me trans­por­tan a la Ingla­te­rra del siglo XVIII”–. En la ter­cera, “Des­nudo”, se refiere a la juven­tud y a la edad adulta, prác­ti­ca­mente hasta hoy.

La lec­ción de anato­mía resulta, pues, una sin­gu­lar novela de apren­di­zaje, donde bro­tan recuer­dos, sen­ti­mien­tos e ideas: “A los niños hay que pasear­los por la casa dicién­do­les que son prín­ci­pes. Des­pués ellos solos se con­ven­cen de que no y, al salir al exte­rior, tie­nen la opor­tu­ni­dad de ser modes­tos, de darse cuenta de que la vida es ir per­diendo poco a poco –se van gas­tando las mone­das, las fuer­zas y la salud– y de que ganar a cual­quier pre­cio no sirve de nada, aun­que siem­pre es nece­sa­rio con­ser­var esas ilu­sio­nes que lle­gan a des­tiempo o no lle­gan”.  ¿Cono­ce­mos mejor a Marta Sanz al ter­mi­nar de leer La lec­ción de anato­mía? Quizá sí. O quizá no. “El ser humano es su más­cara. Ya he mos­trado mi más­cara”, dirá al final del libro. En reali­dad, es lo que menos importa. Nos queda, sobre todo, un ejer­ci­cio, no de auto­com­pla­cen­cia, sino de exce­lente lite­ra­tura en ese juego de reali­dad y fic­ción que marca muchas de sus mejo­res mues­tras. En ese juego muy serio de, en feliz expre­sión de Mario Var­gas Llosa, “la ver­dad de las mentiras”.

CARMEN R. SANTOS

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