Roncagliolo, terror y fútbol
Queda muy poco para que comience el Mundial de Fútbol 2014, que en esta ocasión se celebra en Brasil. Según las encuestas, el magno evento deportivo no cuenta con el apoyo de prácticamente la mitad de los ciudadanos y a medida que se acerca su inauguración crecen las protestas. El Gobierno se ha volcado en el acontecimiento con un derroche de fondos públicos –se ha gastado una cifra millonaria que supera a la empleada por Sudáfrica y Alemania juntas–, mientras que disminuyen los que destina a servicios básicos e imprescindibles como la sanidad, la seguridad o la educación.
Parece que las autoridades brasileñas quieren que el Mundial haga olvidar los problemas que aquejan al país. Sin duda puede ser así, pero, afortunadamente, la situación es muy diferente si recordamos lo que en la Argentina de 1978 se intentaba ocultar con el Mundial que se celebraba en su suelo. Precisamente esa circunstancia es el trasfondo de La pena máxima (Alfaguara), título con el que Santiago Roncagliolo, peruano afincado en España, vuelve al thriller político, tras la humorística Óscar y las mujeres (2013), que supuso el experimento de que fuera apareciendo por entregas en internet antes de publicarse completa tanto en e-book como en papel.
La pena máxima comienza de manera tan intrigante como potente, incitándonos a sumergirnos en sus páginas. En la zona limeña de Barrios Altos, “laberinto de casuchas viejas, túneles y tugurios”, un desconocido persigue a un innominado y misterioso personaje que lleva una mochila de contenido no menos misterioso, aunque, se nos advierte, peligroso. Finalmente, el primero dispara sobre el segundo. Pero nadie se da cuenta de nada, apenas hay gente por las calles, ni oye el disparo, pues el asesino ha elegido con suma precisión el momento. Perú juega contra Escocia en el Mundial de 1978 y ha metido un gol: “Las casas de Barrios Altos despertaron con un bramido ensordecedor. Se oyeron muebles golpeando contra el suelo, aplausos y, sobre todo, el grito de gol, una sola voz por todas partes, como si tronase en el cielo”.
A partir de ahí, no se nos da tregua en una intriga absorbente dividida en capítulos titulados por los encuentros en los que Perú se enfrenta a otros equipos, pasando por el polémico partido entre Argentina y Perú en el que la selección del país austral ganó a Perú con un sorprendente 6–0. Un resultado enormemente controvertido, que se vinculó a la denominada Operación Cóndor o Plan Cóndor, según el cual se estableció una coordinación de operaciones entre las dictaduras del cono Sur de América Latina, en la que también según parece estaba implicada la CIA para combatir la subversión con la práctica de un siniestro terrorismo de Estado. En el caso concreto de ese partido, se aventura que el resultado se pactó entre las Juntas militares argentina y peruana, e incluso la FIFA se planteó anular la victoria argentina en el Mundial de 1978 por sospechas de irregularidades.
Esa Operación Cóndor, con sus terribles y estremecedoras secuelas de muerte y “desaparecidos”, también aparece en la novela de Roncagliolo, en la que se desvela una compleja red de espionaje y contraespionaje, agentes dobles, informantes, resistentes y servicios de inteligencia. La investigación la lleva a cabo el fiscal Félix Chacaltana, un singular personaje ideado por Roncagliolo en Abril rojo –Premio Alfaguara de Novela 2006– y que ahora se recupera. En Abril rojo Chacaltana se enfrentaba a un asesino en serie que hace saltar por los aires su no poco idílica e ingenua visión del ser humano y de la sociedad, apoyada en una mentalidad reglamentista que no tiene en cuenta la condición depredadora del hombre, que no contempla el horror que puede desencadenarse a las primeras de cambio. Roncagliolo, en el discurso pronunciado al recoger el Premio Alfaguara, caracterizó así a su criatura: “El fiscal Chacaltana cree en la ley, cree en el orden, cree que todos seremos felices si respetamos los procedimientos estipulados en el código procesal civil, que sabe recitar de memoria. Chacaltana trata de encerrar el mundo en estrechos márgenes”.
El apocado burócrata que es Chacaltana, incapaz de oponerse al dominio de una madre tiránica, ni siquiera por el amor de Cecilia, y temeroso de dejar la cómoda vía de una existencia ordenada, debe bregar de nuevo con el asesinato, con el mal, en La pena máxima. Y hacerlo, además, en un contexto que le resulta ajeno: “El fútbol quedaba fuera del universo mental de Félix Chacaltana, o si ocupaba un lugar, estaba cerca de los ornitorrincos y los marsupiales, muy lejos de todo lo que le importaba”. Pero no puede dejar de involucrarse a fondo, sobre todo después de que tiene que levantar acta del cadáver de su amigo Joaquín, quien la última vez que se vieron le dijo: “Que te vaya bien. Todo saldrá bien”. Deseo que se convierte en una amarga y trágica ironía a medida que se van sucediendo los hechos y Chacaltana, en sus indagaciones, descubre a un Joaquín muy diferente al que conocía.
Joaquín no será, sin embargo, el único cadáver en esta apasionante novela, en la que la política, las recientes historias de Argentina y Perú, la denuncia de la feroz represión ejecutada por los gobiernos dictatoriales latinoamericanos en ominosas décadas, y la constatación de la no menos feroz condición humana forman un cóctel tan explosivo como brillante. En el anteriormente citado discurso, Roncagliolo señaló también: “Salman Rushdie dice que uno de los principales retos de un escritor es el retrato del horror, quizá porque queda precisamente más allá de lo que se puede explicar con palabras”. Sin duda, Santiago Roncaglio sale más que airoso de ese desafío.
CARMEN R. SANTOS