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Recuerdos de Castellet

Rafael Borràs, his­tó­rico edi­tor y que­rido amigo de esta casa, nos ha escrito un pre­cioso texto en home­naje a Josep Maria Cas­te­llet que publi­ca­re­mos en nues­tro pró­ximo y recién cerrado número de marzo. En el toda­vía vigente de febrero, MAICA RIVERA firma una cari­ñosa sem­blanza del escri­tor, crí­tico y edi­tor falle­cido el pasado 9 de enero en Bar­ce­lona, que hoy com­par­ti­mos aquí.
 

Lo que él sin­tió cuando publicó Los esce­na­rios de la memo­ria (Anagrama), pero, sobre todo, cuando escri­bió Seduc­to­res, ilus­tra­dos y visio­na­rios (Anagrama), ahora lo vivi­mos noso­tros. El maes­tro y amigo José María Cas­te­llet, falle­cido el pasado 9 de enero a la edad de ochenta y siete años, se nos impone en el recuerdo. Aquí, de sus últi­mos tiem­pos, deja la ima­gen impe­ca­ble de un caba­llero encan­ta­dor. Ama­ble y honesto, de con­ver­sa­ción cul­tí­sima y diver­tida, talante sereno, mane­ras exqui­si­tas y son­risa embau­ca­dora. Habría mucho que apren­der tan sólo de esas cua­li­da­des cita­das. Qué decir del resto. Escri­tor, crí­tico, edi­tor y, hasta su muerte, pre­si­dente del Grup 62, lega la estela, inal­can­za­ble en este pre­sente tan des­an­ge­lado, de un carisma arro­lla­dor, el corres­pon­diente a uno de los cabe­ci­llas de una gene­ra­ción pri­vi­le­giada, de gran altura inte­lec­tual, que supo mover la vida cul­tu­ral espa­ñola de la segunda mitad del siglo XX.

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José María Cas­te­llet por Jordi Gar­cía (Anagrama).

Para muchos, que com­par­ti­mos con él la creen­cia de que toda lite­ra­tura res­ponde a la nece­si­dad de bus­car cami­nos nue­vos y que remo­verla es la esen­cia de la cul­tura, siem­pre será el inol­vi­da­ble men­tor de los Nueve noví­si­mos poe­tas espa­ño­les. Le gus­taba hablar de aque­llo y per­ci­bir que seguía levan­tando pol­va­reda. Ellos, los anto­lo­gi­za­dos, por su parte, tam­poco le olvi­da­ban. En diciem­bre de 2006, “habla­ron aque­llos noví­si­mos” (tanto Los Seniors como La Coque­lu­che) para con­me­mo­rar los ochenta años del maes­tro e incor­po­rar a la anto­lo­gía, a peti­ción de los edi­to­res, un buen “apén­dice sen­ti­men­tal” (Penín­sula) con tex­tos de home­naje que se incor­po­ra­ron a la corres­pon­diente reedi­ción. En esas pági­nas, que ahora revis­ten un mar­cado peso tes­ti­mo­nial, Ana María Moix le cata­logó de “clá­sico” y quiso recor­dar que ya en el año 1970, “Cas­te­llet era un mito, un hom­bre apuesto y sabio cuyas pre­sen­ta­cio­nes de libros o de expo­si­cio­nes de pin­tura se lle­na­ban de muje­res que iban a admi­rar la ora­to­ria del mes­tre, y de jóve­nes que que­rían verle de cerca y cer­cio­rarse de que sí, de que, en efecto, exis­tía”. Claro, “la Nena” se pre­gun­taba, enton­ces, “cómo pasar de la inopia ava­sa­lla­dora y pre­ten­ciosa de la pri­mera juven­tud a una mínima sol­ven­cia inte­lec­tual, basada siem­pre en las ansias de un cono­ci­miento cri­bado por la crí­tica y la humil­dad, sin el trato paciente de per­so­nas como Josep Maria Cas­te­llet”. Sólo encon­tró refle­xio­nes desola­do­ras por toda res­puesta, que en estos momen­tos pare­cen aún más cru­das. Aun­que tal vez Pere Gim­fe­rrer alber­gue la íntima espe­ranza de que Cas­te­llet per­ma­nezca de alguna forma, como hasta el momento había venido ocu­rriendo “en años y aza­res”. El que fuera con­si­de­rado como el más reno­va­dor del grupo dejó escrito que nada sus­tan­cial había variado en su per­sona con el paso de las déca­das: “Pocos ami­gos hay tan fie­les y segu­ros, pocos lec­to­res tan aten­tos y cor­dia­les”. Pero, de entre todos los comen­ta­rios, adquie­ren un sig­ni­fi­cado espe­cial­mente pode­roso los que aportó Gui­llermo Car­nero en torno al “irre­sis­ti­ble poder de evo­ca­ción y de retorno al tiempo per­dido” de la figura cas­te­lle­tiana, cul­mi­na­dos con un aplauso final en plei­te­sía a todo lo que el home­na­jeado había hecho “en tan­tos terre­nos y direc­cio­nes, por la poe­sía y por la cultura”.

Repa­sando vie­jas gra­ba­cio­nes, salta su voz, sim­pá­tica e incon­fun­di­ble: “Yo sí que estuve en los acon­te­ci­mien­tos de mayo del 68, ¡y tengo tes­ti­gos!”. Y como a veces pen­sa­mos que vivi­mos tiem­pos tan adver­sos como los de su juven­tud, durante unos ins­tan­tes, baja­mos la pétrea guar­dia pro­fe­sio­nal y nos per­mi­ti­mos la debi­li­dad de idea­li­zar todas aque­llas aven­tu­ras que nos contó como sólo él sabía y de que­dar­nos con el lado más ama­ble de los happy six­ties (“sí, ya sé, maes­tro, no fue­ron tan happy”). Incluso nos per­mi­ti­mos ima­gi­narle ahora mismo char­lando con Car­los Barral (ambos, los dos ver­da­de­ros noví­si­mos, según Ana María Moix) sobre aque­llo pen­diente para una pró­xima con­ver­sa­ción que no dio tiempo a con­su­mar, en rela­ción a un tema pre­cioso, apa­sio­nante… tal vez aún nos atre­va­mos a abor­darlo en un artículo, aun­que sen­ti­re­mos un hondo desam­paro. Tomán­do­nos la última licen­cia, la que nos sale direc­ta­mente del cora­zón, nos con­suela pen­sar que Cas­te­llet ha supe­rado su altura de hom­bre espi­gado (como Chris­top­her Lee, diría Vicente Molina Foix) y de talla inte­lec­tual XXL para alcan­zar otra altura, la más grande de todas.

MAICA RIVERA (@maica_rivera)

Artículo pub­li­cado orig­i­nal­mente en el número de febrero de 2014 (249) de la Revista LEER.

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