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Ratzinger, o la excepcionalidad de un papa teólogo

Benedicto XVI en Madrid, durante la Jornada Mundial de la Juventud 2011.Benedicto XVI en Madrid, durante la Jornada Mundial de la Juventud 2011.

Hace un año Joseph Rat­zin­ger abdi­caba de su con­di­ción papal, en una deci­sión sin pre­ce­den­tes moder­nos. LEER apro­ve­chó la cir­cuns­tan­cia del cón­clave y la elec­ción de Fran­cisco para dedi­car su cover a la situa­ción de la igle­sia en el comienzo del siglo XXI.

Como parte de aquel des­plie­gue, nues­tro cola­bo­ra­dor GABRIEL ALBIAC abordó la figura del papa saliente desde su densa dimen­sión inte­lec­tual. Con oca­sión del aniver­sa­rio de la renun­cia de Bene­dicto XVI recu­pe­ra­mos aquel texto.

Un parén­te­sis, por GABRIEL ALBIAC

Desde una pers­pec­tiva rigu­ro­sa­mente atea –tal, la mía–, Bene­dicto XVI tuvo el inte­rés de una excep­ción. Mayor. La de un Papa teó­logo. Ha habido muy pocos en la his­to­ria del cris­tia­nismo. Nin­guno de su nivel. No por azar. Un Papa está para garan­ti­zar cer­te­zas. Un teó­logo para poner inte­rro­ga­cio­nes. La hibri­da­ción de ambos es mate­ria de alto riesgo. Fas­ci­nante para un no cre­yente. Desa­so­se­ga­dora para los hom­bres de fe.

Toda la obra de Rat­zin­ger se juega en una pro­di­giosa pirueta inte­lec­tual for­mu­lada en 1959: rein­cor­po­rar el Cris­tia­nismo a Gre­cia, mediante una nomi­na­ción per­so­na­li­zada de Dios super­puesta a la griega abs­trac­ción neu­tra del abso­luto (o theòs vs. tò theòn). Para Ratzinger,

con la cons­ta­ta­ción de que el Dios mudo e inape­la­ble de los filó­so­fos se ha hecho en Jesu­cristo Dios que habla y que escu­cha, se ha eje­cu­tado la exi­gen­cia inte­rior plena de la fe bíblica”. Su con­clu­sión tiene la inapre­cia­ble ven­taja de no ali­men­tar malen­ten­di­dos. “La sín­te­sis rea­li­zada por los padres de la Igle­sia entre la fe bíblica y el espí­ritu heleno como repre­sen­tante en aquel tiempo del espí­ritu en gene­ral no sólo era legí­tima, sino nece­sa­ria, para traer a expre­sión la exi­gen­cia plena y la serie­dad com­pleta de la fe bíblica. Esta exi­gen­cia plena se apoya en que hay ese guión para con el con­cepto pre-religioso, filo­só­fico, de Dios. Esto sig­ni­fica que la ver­dad filo­só­fica per­te­nece, en un cierto sen­tido, cons­ti­tu­ti­va­mente a la fe cris­tiana, y esto indica a su vez que la analo­gia entis es una dimen­sión nece­sa­ria de la reali­dad cris­tiana, y tacharla sería supri­mir la exi­gen­cia pro­pia que ha de plan­tear el cris­tia­nismo… El ele­mento filo­só­fico se sumi­nis­tró al con­cepto de Dios de la Biblia en la medida en que éste se encon­traba for­zado a pro­nun­ciar lo suyo pro­pio y espe­cial frente al mundo de los pue­blos, y en un len­guaje gene­ral, esto es, com­pren­si­ble para el mundo todo, por encima del pro­pio espa­cio inte­rior. Se hizo nece­sa­rio en la medida en que, visto nega­ti­va­mente, sur­gió la indi­gen­cia apo­lo­gé­tica; visto posi­ti­va­mente, la indi­gen­cia misio­nera. Lo filo­só­fico designa, por tanto, ni más ni menos, la dimen­sión misio­nera del con­cepto de Dios, ese momento con el que se hace com­pren­si­ble hacia fuera.

Lo cual, en rigor, sig­ni­fica que la filo­so­fía –esto es, la len­gua pro­pia del poli­teísmo griego– resulta ser lo otro de la fe –aun en la fe misma, por­que no hay fe allá donde una cer­teza homo­gé­nea abole el acoso de lo otro–, aquel ace­cho de la inte­rro­ga­ción sobre el relato que ni siquiera la creen­cia calma.

Por­que está claro: si la fe capta el con­cepto filo­só­fico de Dios y dice: ‘lo abso­luto, del que voso­tros sabíais ya por sos­pe­chas de alguna manera, es el abso­luto que habla en Jesu­cristo (que es pala­bra) y que puede ser ape­lado’, con ello no se suprime sin más la dife­ren­cia de fe y filo­so­fía, y ni mucho menos lo que hasta ahora era filo­so­fía se trans­forma en fe. La filo­so­fía sigue siendo más bien como tal lo otro y lo pro­pio, a lo que se refiere la fe para expre­sarse en ella como en lo otro y hacerse comprensible.

La reivin­di­ca­ción de una teo­lo­gía “nece­sa­ria­mente incon­clusa”, que cie­rra el dis­curso inau­gu­ral de 1959, es la con­fe­sión del único terri­to­rio sobre el cual el cre­yente (mono­teísta) y el (poli­teísta) filó­sofo pue­den fijar su lugar de encuen­tro y de con­fron­ta­ción: la tra­ge­dia; lo, por defi­ni­ción, irre­suelto. Para un filó­sofo ateo como yo, el rango mayor –y el espe­cu­la­ti­va­mente más cer­cano– del cato­li­cismo está en ser una reli­gión trá­gica. No espero que otro Papa se atreva a vol­ver sobre eso.

Artículo publi­cado ori­gi­nal­mente en el número de abril de 2013 (241) de la Revista LEER.

LEER, abril de 2013.
Una de las evan­gé­li­cas acua­re­las de José María Aven­daño, vica­rio gene­ral de la dió­ce­sis de Getafe, sir­vió de por­tada para el número de LEER de abril de 2013 dedi­cado a los retos de la fe y la Igle­sia en el ter­cer milenio.

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